¿Es necesario pensar? ¿Hay diferentes formas de pensar? ¿Es mejor pensar de determinada forma que de otras? ¿Puede alguien dejar de pensar voluntariamente, decir «Hasta el jueves no pensaré» y cumplir su promesa? ¿Es bueno pensar? ¿Es malo? ¿Se puede ser éticamente bueno sin pensar, o sin pensar correctamente? ¿Cómo evaluar pensamientos? ¿Cómo saber qué o cómo piensan los demás? ¿Cómo saber qué o cómo piensa uno mismo? ¿Se puede pensar algo y no saber que se lo piensa? ¿Cómo se conserva o se transmite el pensamiento? ¿Hay o puede o debe haber un correlato entre el pensamiento por un lado y el cuerpo o las acciones por otro? ¿Las personas que piensan mejor son por eso mismo más bellas, más prósperas, más ágiles, más seductoras o más felices?

Que con los años el día de los derechos de la mujer se haya convertido en un neutro día de la mujer permite festejar los atributos típicos de la femineidad: las minifaldas, la torpeza al volante, el instinto maternal. El día de los derechos de los trabajadores se convirtió en el día de los trabajadores primero y en el día del trabajo después para poder celebrar las eternas bodas entre la máquina de café y la productividad, entre la alienación y la línea de montaje.

En un momento en que la guerra es un tema muy sensible, puede ser saludable recordar otras guerras y otros motivos. Con esta canción de la Guerra Civil Española, por ejemplo.

En el tren para Madrid agregaron dos vagones uno para los fusiles otro para los cojones.

Para analizar el deporte sería necesario un concepto equivalente al de «industria cultural» que utilizara la Escuela de Frankfurt. El deporte profesional no tiene el propósito de inspirar una conducta atlética y una disciplina corporal; es una mercancía como las latas de sopa y las canciones de moda. Que muchos de sus productos tengan una impronta territorial —el equipo de fútbol de tal ciudad, la selección nacional de tal deporte— no debe confundir: la marca se sobreimprime al territorio. El equipo de fútbol Juventus se relaciona con Turín del mismo modo en que la marca Marlboro se relaciona con los vaqueros. Este movimiento es todavía débil en la periferia y alcanza su mayor esplendor en el centro. Por ejemplo, en la NBA. Ser fanático de Los Angeles Lakers es lo mismo que ser hooligan de la Big Mac.

Las oficinas de propaganda saben que una guerra es ante todo un acontecimiento narrado. Por eso se preocupan de que cada día haya pequeñas historias que puedan ser publicadas por los diarios de todo el mundo, televisadas en los noticieros de la noche, comentadas en los ascensores y en los almuerzos. Tienen que ser historias simples, fáciles de reproducir, de claro contenido simbólico y de cierta densidad estética. Así es como nos enteramos del rescate de una soldado herida y tomada prisionera, de una baraja con los líderes iraquíes más buscados o del hallazgo de un osario con los restos de prisioneros políticos. ¿Debería seguirse el ejemplo? ¿Deberíamos oír o producir historias semejantes cuando se trata de fábricas tomadas, de huelgas, de movimientos sociales de protesta?