Las oficinas de propaganda saben que una guerra es ante todo un acontecimiento narrado. Por eso se preocupan de que cada día haya pequeñas historias que puedan ser publicadas por los diarios de todo el mundo, televisadas en los noticieros de la noche, comentadas en los ascensores y en los almuerzos. Tienen que ser historias simples, fáciles de reproducir, de claro contenido simbólico y de cierta densidad estética. Así es como nos enteramos del rescate de una soldado herida y tomada prisionera, de una baraja con los líderes iraquíes más buscados o del hallazgo de un osario con los restos de prisioneros políticos. ¿Debería seguirse el ejemplo? ¿Deberíamos oír o producir historias semejantes cuando se trata de fábricas tomadas, de huelgas, de movimientos sociales de protesta?