John Cage compuso una obra para piano con la indicación de que debía ejecutarse «tan lento como sea posible»; en un pueblo de Alemania iniciaron una interpretación que durará 639 años. Las teclas se mantienen presionadas con un mecanismo de pesas; cada algunos meses se agrega o quita alguna nota. Sorprende, por contraste, comprobar cuán poco se prepara un arquitecto, escritor o músico para ser apreciado dentro de cincuenta, cien o quinientos años.

Las descripciones del mundo como lugar desolado, caído y sin esperanzas (Adorno en sus épocas más sombrías o Cioran en cualquier época) nos parecen no sólo verosímiles sino también inteligentes.

Dice Chomsky o algún otro que una lengua es un dialecto con ejército. También podría decirse, aunque quizás sea lo mismo, que es un dialecto con bancos. Por eso el trono de la normativa y de las políticas lingüísticas vuelve a estar, después de tantos años, en la meseta castellana: porque ahora hay más dinero allí que en la cuenca del Plata o los Andes. Y por eso los dueños de la lengua ven como amenaza real a su hegemonía no las singularidades de la Alameda y del Zócalo, sino el nuevo híbrido de los latinos de Estados Unidos.

Salir del cine sin dar opinión sobre la película ni sobre la dirección de actores ni sobre el subtitulado ni sobre la trayectoria en declive del director ni sobre nada. Algunos creen que expresar enfáticamente una opinión indica que son dueños de una voluntad impetuosa o una inteligencia que no se deja engañar; pero solamente indica énfasis.

Disfrutaríamos más de los atardeceres, de las flores y de los animales pequeños si no fueran un territorio devastado por los pósters románticos y los poemas adolescentes.